Los griegos, en cambio, demostraron poseer un sentido mucho más desarrollado de las proporciones geométricas y de la simetría al concebir la Tierra como un disco circular, con Grecia, naturalmente, en el centro. Este disco plano estaba formado en su mayor parte por tierra firme, con un borde de agua a partir del cual el Mar Mediterráneo penetraba hacia el centro.
Hacia el año 500 a.C., Hecateo de Mileto (del cual se desconocen las fechas de nacimiento y muerte), el primer geógrafo científico entre los griegos, estimó que el disco circular debía tener un diámetro de unos 8.000 kilómetros como máximo, lo cual suponía unos 51.000.000 de kilómetros cuadrados para la superficie de la Tierra plana. Por muy grande, e incluso enorme, que les pareciera esta cifra a los contemporáneos de Hecateo, lo cierto es que no representa más que una décima parte de la superficie real de la Tierra.
¿Cómo se sostenía en Universo-caja en un sitio fijo? Si todos los objetos pesados caen hacia abajo, ¿por qué no ocurre entonces lo mismo con la Tierra?
Se supone que el material del que está compuesta la Tierra plana, el suelo que pisamos, se extiende hacia abajo sin límite. Pero en este caso nos vemos enfrentados de nuevo con el concepto de infinito. Imaginemos entonces que la Tierra esté apoyada sobre algo. Los hindúes, por ejemplo, la concebían sostenida por cuatro pilares.
Surge entonces otra pregunta. ¿Sobre qué se apoyaban los cuatro pilares? ¡Sobre elefantes! ¿Y sobre qué descansaban estos elefantes? ¡Sobre una tortuga gigantesca! ¿Y la tortuga? Nadaba en un océano gigantesco. ¿Y este océano...?
En resumen, la hipótesis de una Tierra plana, aunque parezca de sentido común, planteaba de un modo inevitable dificultades filosóficas sumamente serias.
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