El Sol, la Tierra y la Luna se alinean en este orden, con la Tierra en medio, por lo menos dos veces cada año. En esa configuración, la Luna atraviesa la sombra de nuestro planeta y se produce un eclipse lunar.
Se habla de un eclipse penumbral cuando la Luna llega a atravesar tan sólo las regiones más externas de la sombra terrestre, de manera que apenas se oscurece, y lo hace tan poco que cuesta percibir que está sucediendo un eclipse. Si la Luna se limita a rozar la región central oscura de la sombra terrestre, la umbra, entonces sucede un eclipse parcial y a la brillante Luna llena parece faltarle un mordisco.
Cada 17 meses, de promedio, la Luna llena se zumbulle por completo en la umbra de nuestro planeta. La única luz solar que alcanza la Luna durante la fase de totalidad es un resplandor rojizo que se filtra a través de la atmósfera terrestre. Durante unas dos horas, la Luna llena eclipsada se torna de un rojo intenso. Los eclipses lunares son visibles desde todo el hemisferio terrestre que mira hacia la Luna, lo cual permite a la mitad del planeta asistir al espectáculo.
La observación a simple vista resulta muy sencilla, y el empleo de un telescopio o prismáticos permite seguir el borde de la sombra a medida que cubre los cráteres. También se puede colocar un cámara sobre un trípode y retratar el paisaje bajo la luz de una Luna rojiza y misteriosa. Algunos fotógrafos acoplan la cámara a un telescopio que sigue las estrellas y efectúan exposiciones múltiples. Así se capta la Luna a medida que cruza la sombra terrestre.
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