El hombre que estaba en la oscuridad era Johann Heinrich Lambert, y sus amigos tenían buenas razones para preocuparse. Su frente era tan alta que la mayor parte de su cara estaba por encima, no por debajo, de las cejas, y se vestía extrañamente, con un frac escarlata, un chaleco turquesa, pantalones negros y calcetines blancos, equipo al que añadía, en ocasiones especiales, una ancha cinta atada en dos lazos, uno que adornaba su coleta y el otro su pecho. Aunque sus ojos eran penetrantes, raramente miraba en forma directa a nadie, prefiriendo en cambio mostrar el perfil. Si alguien trataba de caminar a su alrededor para mirarle de frente, Lambert giraba lentamente sobre sus talones, manteniendo el perfil, como una luna humana.
- ¿Quiere usted hacerme el favor -le dijo Federico al oscuro Lambert- de decirme en qué ciencias está especializado usted?
- En todas ellas -respondió Lambert, dirigiéndose a un punto del espacio situado a noventa grados del rey.
- ¿Es usted también un matemático hábil? -preguntó Federico.
- Sí.
- ¿Qué profesor le enseñó a usted matemáticas?
- Yo mismo.
- ¿Es usted, por lo tanto, otro Pascal? -preguntó Federico refiriéndose al gran matemático del siglo anterior.
- Sí, majestad -respondió la voz desde la oscuridad.
Federico se alejó, pudiendo apenas contener la risa, y dejó la habitación. Esa noche, en la cena, dijo que acababa de conocer al mayor alcornoque del mundo. Pero Lambert, cuando sus amigos trataron de consolarle por el resultado de la entrevista, les aseguró serenamente que obtendría el nombramiento, pues si Federico "no me nombrase, sería un borrón en su propia historia".
Y, en verdad, después de una reseña de sus publicaciones, Lambert fue nombrado miembro de la Academia.
Entre sus obras había una colección de ensayos tituada Cartas cosmológicas, que ese hombre solitario, de aspecto tan estrafalario que los niños lo seguían por las calles como si fuese un faquir en taparrabo, había escrito como una serie de cartas a un amigo imaginario. En ellas, Lambert sostenía que el Sol está en el borde de un sistema de estrellas en forma de disco, la Vía Láctea, y que hay "otras innumerables Vías Lácteas". Señaló que había llegado a esta teoría mientras observaba durante largas horas el cielo nocturno:
Me sentaba junto a la venta y cuando los objetos de la Tierra perdían todo su encanto para llamar mi atención, aún me quedaba el cielo estrellado como el más digno de contemplación de todos los lugares de interés... Levanto vuelo y me elevo por todos los espacios de los cielos. Nunca llego suficientemente lejos, y siempre aumenta mi deseo de ir aún más allá. Con tales pensamientos me presentaba yo a la Vía Láctea... Este arco luminoso que se extiende por todo el firmamento y decora el mundo como un anillo lleno de joyas despertaba en mí asombro y admiración.
Los entusiasmos galácticos de Kant y Lambert contribuyeron a sesibilizar la mente humana a la riqueza potencial y la vastedad del universo. Pero el arrobamiento por sí solo, por muy perspicaz que sea, es, desde luego, un fundamento inadecuado para sustentar una cosmología científica. Determinar si el universo está constituido realmente por galaxias requería hacer un mapa del universo en tres dimensiones, mediante observaciones más exactas, si no menos arrobadoras, que la contemplacion meditativa de Lambert.
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