viernes, 14 de diciembre de 2007

El tránsito de Venus II

Las observaciones anteriores de tránsitos habían sido raras y fortuitas. Pierre Gassendi logró en París observar un tránsito de Mercurio en 1631 que Kepler había predicho; golpeó el suelo con los pies para alertar a su joven ayudante a fin de que midiese la altura del Sol, pero el muchacho, cada vez más impaciente después de tres días en espera del gran suceso, había desaparecido. La observación publicada en solitario por Gassendi era inútil para la triangulación, aunque revelaba que el disco de Mercurio era mucho más pequeño de lo que se había pensado: "Apenas pude convencerme de que era Mercurio, tan preocupado estaba por la expectativa de un tamaño mayor", escribió Gassendi. Esto confirmaba la afirmación de Galileo de que el sistema solar era considerablemente más grande de lo que habían calculado Tolomeo y otros geocentristas.
En cuanto a Venus, su tránsito del 6 al 7 de diciembre de 1631 sólo fue visible desde el Nuevo Mundo y no parece haber sido contemplado por ningún ser humano; y el tránsito del 24 de noviembre de 1631 sólo fue observado por dos personas, el astrónomo y clérigo inglés Jeremiah Horrocks y su amigo William Crabtree. A Horrocks se le planteó una situación alarmante, pues era clérigo y el tránsito se produjo un domingo, cuando debía predicar dos sermones. Corrió de la iglesia a su casa, miró por el telescopio a las 3.15 de la tarde y vio Venus, "el objeto de mis más ardientes deseos... cuando acababa de entrar totalmente en el disco del Sol". Venus, como Mercurio, parecía más pequeño de lo que se había predicho -Kepler pensaba que Venus cubriría un cuarto del Sol, lo que era una enorme sobreestimación-; así, contemplar su pequeño tamaño aparente contribuyó a mejorar la evaluación humana de las distancias interplanetarias. Pero Horrocks no tenía modo alguno de medir el diámetro aparente del disco con precisión y, puesto que era un solo observador, no podía triangular Venus aunque hubiese poseído un reloj exacto. Crabtree, por su parte, estaba tan abrumado por la visión de un mundo entero empequeñecido por el Sol que no hizo notas coherentes, llevando a Horricks a quejarse de que "nosotros los astrónomos tenemos cierta... disposición a aturdirnos, deleitados por la luz y circunstancias sin importancia".

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