Equipados con mejores mapas y relojes, los astrónomos trataron de triangular los planetas vecinos Marte y Venus. En 1672, una expedición internacional dirigida por el joven astrónomo francés Jean Richer navegó a Cayena, sobre la costa sudamericana, a 480 kilómetros al norte del Ecuador. Allí observó Marte durante su mayor acercamiento a la Tierra y al mismo tiempo que sus colegas, cuyos relojes estaban sincronizados con el de Richer, observaban el planeta desde su situación en la Academia Francesa. Cassini ordenó los datos y obtuvo para la unidad astronómica un valor de 139 millones de kilómetros, pero considerando las numerosas inexactitudes residuales de los instrumentos, la evaluación de Cassini, como antes la de Huygens, fue considerada solamente como una buena aproximación.
Venus se acerca más a la Tierra que Marte, por lo que parece que debería ser más accesible a la triangulación, pero cuando está más cerca se pierde en el brillo deslumbrante del Sol. Pero dos veces cada mucho tiempo, el pares de sucesos separados por poco más de un siglo, Venus pasa directamente delante del Sol. Durante estos tránsitos, como se los llama, el planeta aparece como un círculo oscuro proyectado contra el resplandeciente disco solar. Edmond Halley, que había observado un tránsito de Mercurio durante su expedición a Santa Elena, comprendió que la distancia a Venus podía determinarse calculando el tiempo en que el planeta aparecía y desaparecía de la faz del Sol. El borde del Sol serviría como un telón de fondo claramente definido, y el planeta como una especie de jalón de topógrafo en el espacio.
Halley sabía que él no viviría para observar un tránsito de Venus. Había habido un par de tránsitos en 1631 y 1639, una generación antes de que él naciera; el par siguiente se produciría en 1761 y 1769, tiempo para el cual habría tenido más de cien años de edad. Por eso, con la insistencia de quien trata de proyectar sus palabras más allá de la tumba, Halley, en un artículo publicado en 1716 ("que, profetizo, será inmortal", escribió) esbozó el procedimiento en beneficio de astrónomos aún no nacidos:Por lo tanto, recomiendo una y otra vez a los curiosos investigadores de las estrellas a quienes se confíen estas observaciones cuando nuestras vidas hayan llegado a su fin, que, teniendo en cuenta nuestro consejo, se dediquen vigorosamente a efectuar esas observaciones. Y a ellos les deseamos y rogamos que tengan buena suerte, sobre todo que no sean privados de ese codiciado espectáculo por la desgraciada oscuridad de cielos nubosos, y que las inmensidades de las esferas celestes, reducidas a límites más precisos, puedan finalmente contribuir a su gloria y fama eterna.
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