La Astronomía de entonces, en plena Ilustración, era, ante todo, Astronomía de posición. Bode, Hevelius, Lalande, Flamsteed, Lacaille, el mismo Delisle, la habían llevado a su perfección. Era preciso calcular con la mayor exactitud posible la posición de un objeto en el cielo, y, si se movía entre las llamadas "estrellas fijas", calcular con suma exactitud sus movimientos, para determinar su órbita aparente y adelantar sus efemérides. Pero al mismo tiempo que esta absoluta precisión de puntos y líneas sobre el papel, se mantenía aún la costumbre clásica de superponer sobre el mapa de las constelaciones las figuras simbólicas o mitológicas que representaban. Para elaborar un mapa celeste había que ser un dibujante consumado. Hoy no comprenderíamos bien este prurito pictórico, que más contribuiría a desorientarnos que a otra cosa, pero entonces, cuando la Astronomía se encontraba en un decisivo momento de transición, la vieja costumbre era tan obligatoria como la precisión en las posiciones, y hasta parece que constituía una ayuda nemotécnica para recordar y referir mejor la posición de los objetos sobre el mapa. En el propio texto del Catálogo de Messier se da curiosamente esta duplicidad de informaciones posicionales: primero las coordenadas celestes exactas del objeto descubierto, hasta llegar nada menos que al segundo de tiempo en ascensión recta y el segundo de arco de declinación. Luego, por si esto no bastara, una alusión a la posición del mismo respecto de la intrincada maraña del zoo celeste. Así nos encontramos con indicaciones como:
M14: sobre el manto que pasa por encima del brazo derecho de Ofiuco.
M21: entre las dos patas delanteras de la Raposa.
M46: entre la cabeza del Can Mayor y las dos patas de atrás del Unicornio.
El método, como indicación locativa referida a un conjunto, puede parecernos curioso, pero no era en si anticientífico. Todavía hoy usamos (sobre todo, los aficionados) expresiones como "la cola de la Osa Mayor" o "el Cinturón de Orión" sin escándalo de nadie.
El hecho es importante, porque nos explica cómo Messier llegó a la Astronomía. Llegó por casualidad, y como dibujante. Otros venían a parar a ella como matemáticos, como geodestas o como marinos, y poseían una formación científica previa. Messier carecía de esa formación. Descubrió 21 cometas y redescubrió más de 50, pero, aunque podía representar su posición en el mapa y trazar con gran limpieza su trayectoria aparente, entregaba los datos a los calculistas para que determinaran su órbita y predijeron las efemérides. Esta falta de base fue un lastre para Messier, aunque se fue corrigiendo con el tiempo. No sabemos si a tal limitación se debe la imprecisión de algunas medidas de posición en su Catálogo, o sus frecuentes equivocaciones en el uso de los signos: muy probablemente son consecuencia de su natural despiste.
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