lunes, 28 de enero de 2008

La elaboración del Catálogo Messier

Cuando en 1774 apareció en el Anuario de la Academia Francesa el primer Catálogo de Messier, el género estaba muy poco desarrollado. Existía un catálogo de 5 objetos celestes hecho por Halley, otro algo más amplio debido a W. Derham, y las Memorias de objetos australes -no exactamente un catálogo-, publicadas por Lacaille después de su viaje a África del Aur en 1750-51. Tampoco puede calificarse de catálogo el Prodomus Astronomía de Hevelius, comentario -por otra parte muy interesante- de observaciones realizadas en gran parte a simple vista. Messier tuvo casi que inventar la forma de hacer un catálogo de objetos celestes, y de aquí sus muchas limitaciones, entre ellas el hecho de que las entradas siguen el orden del descubrimiento, en vez del de ascensiones rectas crecientes, origen del curiosísimo y casi simpático caos de la distribución de los objetos Messier por el firmamento, que tanto suele chocar a los aficionados que empiezan sus actividades observacionales.

A esta inevitable limitación hay que sumar también su objeto. "Cuando el cometa de 1758 estaba entre los cuernos del Toro -escribió en el anuario Conaissance des Temps- descubrí por encima del más meridional y a poca distancia de la Zeta del Toro una luz blanquecina, extendida en forma de llama de una vela, que no contenía estrellas. Esta luz era parecida a la del cometa que había observado antes..., sin cola ni barba". Tal vez si M1 no hubiera recordado la forma de un cometa poco desarrollado, Messier nunca hubiera decidido componer su Catálogo. Y así lo dejó en claro más tarde, al justificar la totalidad de su obra: "La causa de que me pusiera a elaborar el Catálogo fue la nebulosa que descubrí sobre el cuerno sur de Tauro...". Entendamos: fue la causa, no la clave del impulso inicial, puesto que la elaboración del Catálogo no comenzó hasta seis años más tarde, tras el hallazgo de otros objetos similares.

La secuencia de la elaboración del Catálogo Messier es en líneas generales la siguiente:

No fue hasta haber encontrado el tercer objeto nebuloso, en mayo de 1764, cuando Messier decidió poner manos a la obra. Puede que el proyecto viniera de antes, y la "inspiración" data, qué duda cabe, del chasco recibido con M1; pero nada, ni una sola nota o apunte se conserva como reacción ante el hallazgo de M1 y M2. En el caso de M3 la reacción fue inmediata. Si este objeto fue registrado el 3 de mayo, el día 8 ya estaba Messier trabajando por su cuenta en la nueva empresa, cuando encontró M4. El 23 de mayo, pasada la Luna Llena, encontró cuatro objetos más en una sola noche (M5 - M8). Y las búsquedas siguieron casi sin interrupción, sin apenas otros huecos que las temporadas de mal tiempo o de Luna Llena: tanto es así, que resulta relativamente fácil conocer de forma muy aproximada las fases de la Luna en 1764, con sólo consultar las fechas de las entradas del Catálogo Messier. La campaña fue extraordinariamente fructífera. Hubo noches, tales como el 23 de mayo, el 3 y 5 de junio, en que descubrió nada menos que cuatro objetos nuevecitos, algo que ya quisiera que fuese posible cualquier observador de hoy. Messier barría zonas del cielo, dejando pasar estrellas por el campo de su telescopio, y cuando no obtenía resultados escogía otra declinación u otra zona prometedora. Durante la primavera y verano de 1764 se le vio especialmente interesado en la zona galáctica de Ofiuco, Escorpio y Sagitario, donde suponía -razonablemente- que eran más probables los hallazgos.
Durante el verano fue explorando cada vez más al este, aprovechando las noches tibias para quedarse hasta última hora: así el 3 de junio llegó a M15, en Pegaso, y entre el 27 de julio y 30 de agosto hizo un verdadero "tour de force", eludiendo siempre la Luna y trasnochando cada vez más hasta llegar de M28 (Sagitario) a M29 (Cisne), M30 (Capricornio), M31-32 (Andrómeda), M33 (Triángulo), M34 (Perseo), y ya muy de madrugada, M35 (Géminis)... Y a principios de septiembre, M36-37-38 (Auriga). Como si tuviese prisa por hacer un recorrido completo del cielo.
En octubre, ya con más calma, vuelve a observar a primeras horas de la noche, y tras llegar a M40 se detiene. ¿Creía haber descubierto ya lo fundamental de su obra, u otra actividad le detuvo? En enero de 1765 encontró fortuitamente M41 en el Can Mayor, y lo registró, pero no siguió buscando. Sólo cuatro años más tarde, cuando supo que iban a publicarle el Catálogo, pensó incluir, tal vez para evitar el impar M41, la conocida nebulosa de Orión. No contaba con la huéspeda, y la huéspeda fue en este caso la nebulosa aneja M43, que volvía a culminar el Catálogo con un número "feo". De aquí que Messier decidiera añadir como colofón dos objetos conocidos desde la antigüedad y difícilmente confundibles con un cometa como el Pesebre (M44) y las Pléyades (M45).
Justo por entonces fue elegido Messier miembro de la Academia, y tuvo oportunidad de publicar su Catálogo en el Anuario, sin contar el ofrecimiento del calendario de efemérides Connaissance des Temps.
Algún motivo debió incitarle a componer la segunda parte, aunque la realizó con mucha menos prisa que la primera. El 19 de febrero de 1771 pasó la noche buscando, y encontró cuatro objetos, dos en Pupis (M46 y M47), otro en la Hidra (M48) y otro en Virgo (M49), la primera galaxia lejana que vio en su vida. Si hubiera seguido buscando por aquella zona, hubiera encontrado un verdadero coto de caza. Pero de pronto abandonó por entonces la empresa; tal vez por haber reanudado con actividad su búsqueda de cometas (casi todos los objetos que siguen están relacionados con trayectorias de cometas descubiertos o seguidos por él) o tal vez por saber que el Anuario de la Academia estaba repleto de orinales, y por el momento no podía publicar su Catálogo. De hecho tuvo que esperar a 1774.
Pocos descubrimientos hizo en los años siguientes, hasta que en 1779 dio muestras de nueva actividad, cuyos frutos vio publicados en el Anuario de la Academia de 1780, con un suplemento al Catálogo que llegaba hasta M68. Y desde entonces no interrumpió ya nunca del todo sus búsquedas, hasta que en la primavera de 1781 alcanzó el número 100. Fue justamente este año el que registra el mayor número de hallazgos desde 1764: concretamente 22, y ahora ya con la inapreciable ayuda de Méchain. Todo parece indicar que Messier trabajaba a rachas, según su inspiración, el tiempo disponible o la perspectiva de la próxima publicación de un apéndice a su Catálogo.
La idea de Messier era terminar en la entrada 100 -siempre con su gusto, muy propio de un ilustrado, por los números redondos-, pero entretanto su compañero Méchain encontró otros tres, y los publicó como suplemento en le edición completa del Catálogo, que apareció en Connaissance des Temps de 1884. El Catálogo volvió a publicarse tal cual, sin adenda ni corrección, en 1787, con sus 103 objetos, a pesar de que Messier o al menos Méchain había visto por lo menos unos cuantos más, y sin proceder a la nada difícil ordenación por ascensiones rectas que Messier se había propuesto.
¿Qué fue lo que impidió todo nuevo retoque? ¿La especie de abulia de la que ya comenzaba a dar muestras un Messier viejo y medio tullido? ¿El temor a que la gloria pasara a su discípulo Méchain, que ya por entonces observaba más y emjor que él? (descubrió diez cometas). ¿El deseo de reunir un número significativamente mayor de objetos, que justificara una edición distinta? Podemos encontrar una última explicación. En 1801 escribía en Connaissance des Temps: "Después de mí, el celebrado Herschel publicó un catálogo de 2.000 objetos celestes que él había observado. Este magnífico desvelamiento del cielo, realizado con instrumentos de gran abertura, no es útil, sin embargo, a la búsqueda de cometas. Mi objetivo era diferente del suyo, como que yo sólo contabilizaba nebulosas visibles con un telescopio de dos pies". Messier hace de la necesidad virtud y justifica la modestia de su Catálogo arguyendo que está destinado solamente a los buscadores de cometas. Reconoce su limitación y al mismo tiempo la gran ventaja de su modestísimo Catálogo: todos los objetos Messier son espectaculares para cualquier instrumento de observación, por modesto que sea; y más espectaculares, aún, no hace falta decirlo, para grandes instrumentos. Una red de gruesa malla no recoge más que peces gordos; y tales son los objetos Messier.
Una mayor continuidad le hubiera permitidio descubrir varios cientos de objetos celestes que nadie había visto en su tiempo. En 1764, ese catálogo hubiera significado el sensacional "desvelamiento del cielo" que el propio Messier atribuía a Herschel. Pero ya a la altura de 1800 carecía de sentido tratar de imitar a Herschel con los mediocres y modestísimos telescopios que estaban a su disposición. Una docena o dos de objetos añadidos no le hubieran librado ya del ridículo. La era de Messier había pasado con la llegada del siglo XIX. Aquí sí que su parsimonia había de dejar anticuada su labor antes de haberla agotado.

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