
Aunque sabemos que la Tierra se mueve, en ocasiones resulta conveniente representar los cielos al modo de los antiguos, como si consistieran en una esfera cristalina que gira sobre nuestras cabezas, con los objetos astronómicos "pegados" en su superficie interna. La astronomía organiza esta esfera mediante una rejilla de coordenadas.
Imaginemos que atravesamos la Tierra, como si se tratara de un pollo asado, con un asta que entre por el polo sur del planeta, pase por el centro y surja por el polo norte. Prolonguemos mentalmente el asta en ambas direcciones de manera que se adentre en el espacio. En algún momento tocará nuestra esfera cristalina en dos puntos llamados polos celestes norte y sur. La esfera celeste entera parece girar alrededor de estos dos polos a medida que rota la Tierra.
Si expandimos ahora la línea del ecuador terrestre, como si fuera una cinta elástica gigante, acabará chocando con la esfera cristalina y trazando sobre ella el ecuador celeste, una línea imaginaria que secciona el cielo por la mitad en los hemisferios celestes boreal y austral, del mismo modo que el ecuador de la Tierra la divide a medio camino entre los polos.
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